sábado, 14 de julio de 2012

Ganó la impunidad

Ya no me duele el cuerpo. Ese domingo, abrí una botella de vino que nadie bebió. Serví favada en platos. Veíamos la compu tres amigos de Tijuana, en mi casa de la Condesa. Silencio afuera.
Antes de que todos llegaran, lloré a grito partido. Cuando vi a  la primer amiga me puse tranquila a platicar y dar palabras de ánimo. Pasé sorda ante el discurso del enano y las llamadas de un periodista que estaba en una de las casas de la Roma. Nos vamos, dijimos todos, al final.

Me fui a dormir a las cuatro a.m. cuando todos se fueron, viendo la pantalla como si un resultado fuera a cambiar. Me desperté a las seis y seguí llorando hasta llegar al trabajo. Me puse unos lentes oscuros. Seguí llorando y la cara se me puso de trapo.
Me dolió el cuerpo todas estos días, una presión sentía en la cabeza. Hablé con mi madre y estaba tristísima, igual mi hermana.

Hasta ayer, platicando con amigas entrañables y compañeras de lucha, algo cambió, ya no me duele el cuerpo ya no siento ese sin sentido.

Sergio me decía que no entendía, pero que llorara, que estaba bien, que trataba de saber lo que pasaba en mi país, que había leído The Guardian y todo lo de NYT, que se veía mal pero que había lugares peores. No es suficiente para saber.

Ganó la impunidad, le dije.

Ya no dejaré que la impunidad me duela en el cuerpo.